Querido mortal anónimo,
Recuerdo algunas cosas, tal y como pasaron. Creo que aún siento las respiraciones agitadas antes de que le viera en persona. “X” le transportó automáticamente a las fotos de los paisajes que le enviaba, las palmeras o árboles del territorio silencioso y lleno de paz.
A “Z” le encantaban los modos tan poco comunes, la forma en la que el mundo lo despertaba. No había hora gris, sino que eran colores que se hacían más vivos al pasar el tiempo. Ya luego no quería tanta formalidad, sino descubrir más allá de los “buenos días”. La primera caminata, casi frustrada por un incumplimiento, se dio y pareció ser rutinaria. Las puertas de la mente de “Z” se abrieron, así sin complicación.
Siguieron los mensajes y me olvidaba de las llamadas. Eternas dos horas que se pasaban, paradójicamente, como segundos. Un ciclo bonito que no encontraba fin. Yo los veía tan estúpidamente atraídos, pero no me atreví a interrumpir. Solo cuando habían descansos y se quedaban sin tema. Ahí les pasé por el lado. No me gustaba usar flechas grandes, pero estaba lanzando flores para que más tarde se las restregaran en la cara, eran unos groseros prudentes. No pensaba que las últimas letras del alfabeto se comportaran así.
Me aventuré a caminar y acompañar en las riberas de ese río contaminado. Ver la gente, andar sin miramientos y sin buscar ser juez. Me gustaba cuando los brazos chocaban sin querer o queriendo. Me causó risa ese bosque lleno de hormigas. Casi los dejé caer en el mal, pero no lo permití mucho. Eso creo. Vino la guerra horizontal, exploración y abrazos. No fue tan exitosa, pero se quiso hacer desde el principio. Me gustó la valentía de “Z”.
Más tarde, el río de lágrimas. Un mortal distinto tuvo la culpa. Ese evento devino en una guerra vertical, una en la que los mensajes fueron flechas y las ausencias eran los castigos insistentes. Ese fue el rompimiento de las expectativas. La pausa que siguió no me gustó mucho, pero la permití también. Yo, siendo lo que soy, me hubiera entrometido, pero fue mejor que sucediera así. El mar y ustedes eran tan parecidos. La orilla ansía tanto la ola que se resigna a esperarla. No me acuerdo mucho de lo que pasó en el intersticio, porque eso me llevaría a revisarles sus pantallas y no quiero sonreír de todo lo bonito. No soy tan cursi como lo hacen ver.
Sé que cuando uno de ellos no tenía nada qué hacer se ponía a llorar. Pasaba noches sin dormir, mientras que por otros lados había fiestas o encuentros con otro mortal al que le tenía mucha confianza. Permití que se extrañaran solo una pizca y los acerqué de nuevo. Fueron a la guerra horizontal en un campo distinto y disfrutaron. Lo permití porque hacía falta. Luego vino el intervalo más largo. Fui cruel al autorizarlo, pero no hubo otro modo. A la gente le gustó celebrar con fuegos en el cielo, pasó todo eso, hubo distancia y acercamiento. La ola y la orilla se tienen que tocar, inevitablemente.
No me gustaban sus besos, pero los veía sin temor a sonrojarme. Pensaba que sería igual a la vez que consentí su segunda guerra, pero no. Creo que soy tan malo apuntando, que me equivoqué. La flecha que le iba a disparar a “X” se fue para otro lado. “Z” se quedó esperando a que “X” respondiera igual, pero ya estaba despejando otra fórmula. Cruel, pero poético. Así soy yo, así es lo que defiendo.
Cupido.