2 de febrero de 2015

Esperar...

En la vida, así como en el amor, se presentan un cúmulo irrefrenable de hechos que van escurriéndose en el tiempo. Se nos presenta con incontables episodios que tienen un punto de partida y uno de llegada, solo que algunas veces comenzamos, pero pareciera que no llegáramos a la línea de meta o esta pudiera encontrarse cada vez más lejos. 

Crédito: https://www.flickr.com/photos/danooosh/
Para quienes nos ha pasado (o nos está pasando), los eternos minutos que median entre el inicio y la consecución de algo, pudieran sentirse con toda la serenidad posible, una y otra vez, todos los días, lo cual hace que las energías invertidas se canalicen a nuestro favor. Sucede el caso contrario en el exceso de benevolencia en la espera, donde hay una consecuencia no muy propicia que, en última instancia, deviene en aguantar. “La espera, desespera” es una frase que se mienta cada vez que el conformismo toca la puerta de quien esboza un improperio, por ejemplo, en una línea de personas por comprar comida, en el incansable trabajador que lanza su carro en medio del tráfico para poder llegar a tiempo a la oficina, de aquellos amores que aún necesitan encontrarse a pesar de la distancia, y en más situaciones de corte similar. 

El apuro de quien no sabe esperar en el amor, desencadena irritabilidad y pone en evidencia lo insensato que pudiera llegar a ser alguien por contagiarse de un afán casi afiebrado, salvo algunas excepciones. No es acortar las distancias entre los puntos de manera precipitada, pero sí que haya una forma de abrir posibilidades a la certeza y no a las bombas de tiempo de aguantar, que no son tolerar ni ser paciente, sino represar. Si tomamos en cuenta las ganas de conocer el futuro desde ya, caemos en la ansiedad, que luego se torna en intranquilidad por el ímpetu que se le coloque. Lo que sí es válido es tener aspiraciones. 

Solo quienes han sabido sortearse ante los momentos difíciles, los tiempos se adecúan para bien. A veces, considerar una pose de irracionalidad ante los traspiés que originan salirse de los objetivos de una buena espera, conducen hacia convertirlo en un acto nulo que no tendrá buenas intenciones. Sin embargo, una de las cosas más aleccionadoras y gratificantes del mundo es entregar la fe con denuedo en el intermedio de la partida y la llegada. 

Esperar en medio de toneladas de palabras y experiencias significativas, es sobreponerse al desazón de la intranquilidad y la incertidumbre. Anhelar nos pone en la cima cuando estamos en paz. Las virtudes que se ganan a partir de la espera, con base en la tranquilidad del espíritu, nos hacen fuertes. Solo hasta que se sienta una ansiedad invivible, la paciencia no hará ruido y tendrá más poder. Esa es la facultad del cambio.

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