Hace unas semanas, alguien me preguntó quién sería mi persona especial. Podría decir que yo mismo soy tal cosa, aunque sí he conocido gente que ha representado apoyo incondicional y compañía certera en esta ciudad que ya se ha fijado en la pizarra de mi mente. Me he acostumbrado a caminar estas calles concurridas y bañadas de un sol inclemente que no deja ningún rincón fresco.
Mis cervezas de los sábados las he sabido compartir con mis
familiares en la casa. Otros vasos plásticos se llenan casi hasta el tope y me
los bebo con una mujer muy especial. Cafés y postres han sido servidos. Mis
otras dos amigas me llevan a recorrer esa supertienda de libros y cosas que
llevaría a mi casa si pudiera. Mis compañeros de trabajo me llevan hasta el “paradero”,
como lo llaman en Cúcuta. Son unos jóvenes que me dicen que sea su papá por la
sabiduría que, según ellos, tengo en abundancia. Se llaman a sí mismos “guardaespaldas”.
Cada uno agarra su moto y se va cuando ven que abordo el bus que parece un
cohete. Cuando va por uno de esos puentes elevados, hace competencia con el
avión que surca el cielo.
¿Dónde está mi “significant other”? La pregunta que lanzo al
destino. No creo en los tiempos perfectos, ni en casualidades. Como bien dice
inmortalizado, mi cantante favorito: “persigo realidad”. ¿Cuál será ese camino
cruzado, hilo rojo, amor “no líquido” o desinteresado, ese que no me “ghostea”
o teme al compromiso? Por ahora, estoy construyendo el templo que se derrumbó y
volvió a surgir. No quiero que lo encuentren desordenado. Ese que soy, que trata
de mejorar a diario.
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